Todo comenzó hace unos años atrás, en el año 1998, cuando acompañada de mi madre me dirigía por carretera de Santander hacia Oviedo. Estábamos a punto de atravesar el reconocido pueblo de San Vicente de la Barquera cuando sufrimos un percance. El coche de pronto se quedó totalmente parado. Nos encontrábamos exactamente delante de lo que era “El Palomar”, una antigua torre de vigilancia ballenera perteneciente al viejo castillo del lugar. Después de intentar en vano arrancar el coche, localicé un mecánico para que le echara un vistazo. Lo más extraño del caso fue que me dijo que una pieza del coche se había inundado de agua. Pero lo raro es que no había llovido. Todo se arregló y continuamos nuestro viaje.

Pasado el tiempo al ir hacer un programa de radio en Onda Occidental, de vuelta en San Vicente, tropecé sin querer con un caso muy conocido entre la gente de este pueblo. Me decían los de la zona que esto era un secreto a voces. Existía una familia de este mismo pueblo que, precisamente en aquella torre de “El Palomar”, había vivido y aún estaba viviendo incidentes paranormales bastantes extraños. Indiferentes ante esta situación, como si estuvieran ya habituados a aquello, mucha gente lo sabía.

La puerta que se encuentra a mis espaldas da paso a un pequeño recibidor, en donde vi por primera vez a la niña.

Llegué a conocer a la familia que habitó dentro de aquellas malditas paredes. Me hablaron de la existencia de varios fantasmas y me contaron penurias y barbaridades inimaginables, que más tarde publique en mi libro “Al final de la Espiral”. ¡Pobre gente! No les envidiaba. Eran experiencias tan dramáticas que solo el recordar todo lo que vivieron hace que se me hiele la sangre.

Comencé a investigar todos los detalles de este caso y me propuse visitar el interior de aquella edificación, ya en abandonado estado, para hacer nuestro trabajo. Allí hicimos ouijas, practicamos espiritismo y vivimos unos días de mucha excitación. Llegué hasta temer por nuestras vidas. Las cosas llegaron a ponerse bastante negativas en varias ocasiones e incluso pensamos en abandonar la investigación. Pero seguimos adelante con ella. ¿Psicofonías? Sí, todas las que queríamos. De hecho, quizás sea una de los lugares encantados que casi nunca falló en darnos una psicofonía. Esto nos asombró bastante a todos nosotros.

La fachada frontal que da paso a su secreto interior, cual vierte por sus paredes las fuertísimas energías.

En otra ocasión hubo un incidente que nos hizo temblar. Fue un encuentro con uno de los personajes fantasmagórico de esta vieja torre de San Vicente: el fantasma de “Titurilo”. Fue una tarde cuando este peculiar individuo se nos apareció a mi madre y a mí mirando nuestro coche aparcado, revisándole con mucho interés cuando nosotras nos acercábamos para entrar en él. Reaccionó al vernos venir. Se levantó de pronto de su postura inclinada y vino cruzando hombro con hombro a mi lado. Me sentí extraña mientras un escalofrío recorrió mí espalda. Me gire para ver para ver por donde iba y nos dimos cuenta de que había desaparecido. Miré mi madre alarmada y pregunte “¿has visto lo mismo que yo?” Ella me contesto que «sí». Pero aún empeoró la situación más tarde, cuando la misma escena se repitió exactamente igual que la primera vez. Esta vez las dos nos giramos muy deprisa cuando de nuevo paso por mi lado hombre con hombro. En esta ocasión estábamos muy alerta y al girarnos y desaparecer por segunda vez salimos disparadas las dos en diferentes direcciones para comprobar que de nuevo había vuelto a desaparecer. Era asombroso el que no le viésemos, ya que no había lugar para esconderse.

Esa misma tarde habíamos quedado con la familia de la torre encantada para tomar un café. Nada más encontrarnos les contamos el extraño caso que nos acababa de suceder. Al describir al personaje con quien habíamos topado, bien parecido, con vestimenta marrón y pelo engominado, le conocieron de inmediato. Nos explicaron que la persona que habíamos visto era uno de los fantasmas de la torre y era el peor de todos. Era muy extraño para mi madre y para mí que en esta ocasión el fantasma fuera visto como una persona normal y no traslucido como normalmente los hemos visto en otras ocasiones. Esto me pareció lo más desconcertante y extraño de todo. Pero para ellos no había duda: lo que habíamos visto era el fantasma de “Titurilo”.

Para conocer más sobre la vieja torre, también conocida como «El palomar» o «La casa de la curva» os invito a leer mi libro «Al final de la espiral», en dónde además de dar más información tenéis un CD con todas las psicofonías del lugar.

Aquí pueden ver una de las psicografías capturadas en «El palomar»:

El verdadero apodo del fantasma, que era el de un hombre que habitó en la torre en la primera mitad del siglo XX, se ha sustituido por un nombre semejante, “Titurilo”, por respeto a su familia.